Fotografía: MarthaJ.OsunaB. Ángel Gustavo Rivas Información general sobre el Festival de las Artes Navachiste Ha llegado la Primavera, en Ciudad de México ya están floreadas las jacarandas y el color violeta embellece los paisajes urbanos, esto significa -se lo escuché a Vidal Flores alguna vez a la orilla del mar- que ya está muy cerca el Festival Navachiste. Las olas del mar, en la costa sinaloense, están acomodando la arena para recibir a los amantes de la poesía que llegarán al Carrizo Colorado a pasar una semana entre letras, escultura, teatro, música, agua salada, cerros y otros humanos felices en un ambiente que conjuga arte, naturaleza y fraternidad. El Festival Internacional de las Artes Navachiste se celebra "siempre en Semana Santa" en las costas de Sinaloa, sobre la arena con conchas de caracol, entre cerros y manglares y ante las tranquilas aguas de la Bahía de Navachiste, en los límites de los norteños mu
Sofía se deslizó furtivamente en
el cuarto de su hija con el objetivo de husmear entre sus pertenencias, debido
a que, en el barrio, las vecinas murmuraban que Frida era usuaria de drogas
duras. A pesar de los nervios, Sofía no tuvo que esforzarse demasiado para
encontrar los estimulantes, puesto que las bolsitas de cocaína y de anfetas
aparecieron casi de inmediato, ocultas en unas aberturas (mal disimuladas) que
Frida había hecho en los costados de un oso de peluche gigante que su padre le
había regalado antes de desaparecer. Entonces, sin saber muy bien las razones
por las cuáles actuaba del modo en que lo hacía, Sofía echó todo aquel material
dentro de una bolsa de plástico negra y, de inmediato, salió a la calle con el
fin de tirarla.
Sin embargo,
desembarazarse de las sustancias resultó ser algo más complicado de lo
esperado, pues sintiéndose observada por todo el mundo, no pudo hallar lugar
que la hiciera sentir a salvo. Como último recurso, decidió darle aquello al
vagabundo que limosneaba en un puente peatonal cercano, y, de ese modo, se
deshizo al fin de la droga. Tras llevar a cabo tal acción, Sofía regresó a su
casa dominada por la ira, imaginando la sarta de insultos con que amedrentaría
a su hija una vez más. Eso era lo que deseaba pero, por desgracia para ella, no
tuvo tiempo de proferir ninguna de las amenazas pensadas, ya que lo primero que
vio al entrar a su casa, fue a Frida retorciéndose en el piso como un gusano:
fuera de sí, repitiendo en voz alta que "estaba perdida", que aquella
droga no crecía en los árboles y que, si no pagaba la suma correspondiente a la
mercancía, todo se iba a ir muy rápidamente a la mierda.
Tras unos
breves instantes de estupefacción, Sofía recobró, en un segundo de iluminación,
como por arte de magia negra, el control absoluto de sí misma. Levantó a su
hija del suelo, y, tras mirarla fijamente, procedió a abofetearla, sólo para
preguntarle, después, cuánto dinero adeudaba a sus distribuidores. “25 mil
pesos, mamá”, contestó ella, pálida como los muertos. Terminada la frase, y
dejando que incontables segundos transcurrieran, como granos de arena entre sus
esbeltos dedos, Sofía repuso: “Entra a mi cuarto, busca en el tercer cajón de
la izquierda, hasta el fondo, y trae aquí la cajita roja que vas a encontrar”.
Entonces, como una autómata, la menor de 17 años realizó en un parpadeo
las indicaciones de su madre.
Ya estando la
chica de vuelta en la sala, Sofía procedió a arrebatarle la cajita de las
manos, mientras la miraba sin parpadear. Entonces abrió la caja; sacó de ella
el revólver que se encontraba adentro, cargó el carrete y le espetó: “Vamos a
buscar a ese infeliz”. Acto seguido se pusieron en movimiento. A lo largo del
camino, ni madre ni hija intercambiaron palabras. Y es que, aunque Frida no
sabía nada acerca de lo del vago, al parecer, tampoco le importaba, como si le
bastara estar consciente de que se estaba a punto de cometer un acto terrible.
Cuando al fin
llegaron al puente peatonal, la madre de Frida pudo cerciorarse de que el vago
aún seguía en el mismo sitio donde lo había dejado, así que, cuidándose de no
ser vistas por él, arrinconó de pronto a su hija contra un poste, le dio la
pistola y la remató con la frase: “Ese infeliz tiene tu droga; ve allá arriba y
exígele que te la devuelva. No dudes. Hazlo rápido, ahora no hay gente. Yo me
quedo acá.” Y, dicho esto, la despidió tras darle la bendición de la Santa
Cruz. No transcurrieron ni dos minutos cuando, desde abajo, Sofía pudo ver la
figura de su hija descender los escalones con una bolsa de basura en la mano
izquierda; la misma que ella había utilizado. Sin embargo, le resultó
sospechoso creer que las cosas hubieran sido tan fáciles, ya que estaba segura
de que el vagabundo no iba a desprenderse de aquél tesoro por voluntad propia.
Estando ya
abajo, y tras hacer una ligera señal que indicaba que debían ponerse en
movimiento, Frida, tranquila, comenzó a caminar al lado de su progenitora en
dirección a su departamento en la colonia Morelos. Finalmente, al pie de su
edificio, de la manera menos ofensiva que le fue posible, Frida volteó a ver su
mamá que, mordida por la incertidumbre, esperaba una aclaración:
“Púdrete” le
dijo; después echó a correr escaleras arriba. Sofía se quedó abajo, sin saber
qué hacer, dando vueltas alrededor del edificio.
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Loca esperanza de la vida mía, de Ángel Gustavo Rivas, obtuvo el Premio Interamericano de Poesía Navachiste 2018, y está a la venta en Amazon. Para comprarlo, haga click aquí o en la imagen abajo. Para leer un poco más sobre este libro y leer algunos poemas, vaya a la página en Jacalito Literario de Loca esperanza de la vida mía.
Axel Velasco es un escritor
jóven mexicano que ha publicado cuentos, poemas y ensayos en diversas revistas
y blogs literarios de México.
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Fotografía: Ángel Gustavo Rivas.
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