En Las falsas confidencias , Marivaux aconseja sembrar en todos los espíritus las sospechas que necesitamos. Una de estas sospechas necesarias es la que debemos provocar en el poetastro, induciéndole a que piense que lo juzgamos poeta. Cuando consigamos tal cosa, habremos respondido a una exigencia social y, quizá, hasta individual. Si para gustar de los bienes más deleitosos es requisito esencial que el contraste nos hiera, convengamos en que el poetastro es el útil reactivo de la poesía. ¿Podríamos vivir sin tedio si no hubiese mujeres feas? Y, sin riesgo de un grave desengaño, ¿podríamos comprometernos a vivir sin fastidio en una ciudad en la que no hubiera un plumista de ripios, de deformidades y de ridiculeces? Nuestra debilidad nos volvería insoportable el mundo de la belleza unánime. Mi amigo Jacobo Palacios es, en mi conciencia, el reactivo de la poesía. Jacobo escribe. Pinta, esculpe. Como ...